Vampiros: modelo para armar
- Hoy comparto mi opinión sobre el título 87 de la colección Biblioteca del Universitario, de la Editorial de la Universidad Veracruzana
- Son doce historias, seleccionadas y traducidas por Luis Enrique Rodríguez Villalvazo, Marco Carrión y Rafael Antúnez
Irma Villa
Mi rechazo a la literatura y películas de vampiros es herencia de mi hermano Óscar, quien en nuestra infancia los pintaba como seres horrendos que acechaban en el patio de casa, listos para disfrutar de mi garganta. Esas historias, diseñadas para encerrarme por las noches, lograron que hoy no solo evite sus películas, sino cualquier relato que fomente el gusto por la sangre.
Precisamente porque mi cultura sobre el vampirismo era casi nula, cuando vi que la Editorial de la Universidad Veracruzana publicó el título Apuntes libro Vampiros: modelo para armar sentí que era la oportunidad perfecta para perder el miedo a estos seres de la noche. Mi esfuerzo se vio recompensado desde el primer momento, ya que me encontré con un prólogo excelente que me llevó a reflexionar sobre un aspecto fascinante: la injerencia de la religión católica en la construcción del acto simbólico de la eternidad a través del consumo de sangre humana.

Cito al autor del prólogo, Luis Enrique Rodríguez Villalvazo: “En todas las culturas originarias el culto a la muerte y la posibilidad de una “vida” en un plano distinto al terrenal es un tópico que se repite con distintas variantes, al igual que el uso de sacrificios, libaciones y ofrendas para alimentar a los muertos es una constante. Incluso con el advenimiento del cristianismo y su difusión, el ritual por excelencia (la comunión) reviste de alguna manera, así sea en sentido figurado, un acto de canibalismo y, ¿por qué no?, de vampirismo que, cada eucaristía celebrada, reproduce en sentido alegórico.”
Esta reflexión hizo que, por primera vez, todos aquellos miedos de la infancia adquirieran una dimensión nueva. Comprendí que el vampiro no era solo el monstruo que acechaba entre los árboles frutales del patio de mi casa, sino también la sombra invertida de un ritual que me era familiar: la hostia y el vino de la misa de los domingos, transformados en cuerpo y sangre para la vida eterna. Por tanto, la idea que mi hermano usó para asustarme y la fe en la que crecí, se revelaron como dos caras de una misma moneda simbólica, centrada en el poder sagrado —y aterrador— de la sangre.
Tras la introducción de Rodríguez Villalvazo, la lectura de los doce cuentos que componen el volumen me permitió concluir que la vigencia del vampiro literario se debe a la capacidad de sus creadores para “modernizar” a sus personajes. Esta evolución salta a la vista al contrastar la figura siniestra que habita en El vampiro de Croglin Grange con la de la bella Luella Miller, cuya dulzura es tan hipnótica que quienes la rodean anhelan ofrendar su sangre para que ella perviva.
Las otras diez historias son: Porque la sangre es la vida, F. Marion Crawford; La aventura del vampiro de Sussex, A. Connan Doyle; El destino de la señora Cabanel, Eliza Lynn Linton; La tejedora carmesí, R. Murray Gilchrist; Con los vampiros, Sidney Bertram; Vampiro, Emilia Pardo Bazán; Vampiros devoradores de tiempo, Gustav Meyrink; La tumba de Sarah, Frank George Loring; El misterio de la campiña, Anne Crawford; y, El gato vampiro de Nabéshima, Algernon Bertram Freeman-Mitford.
En conclusión, la diversidad de estos relatos —desde la morbosa dulzura de Luella Miller hasta el exotismo de El gato vampiro de Nabéshima— confirma la tesis de la reseña: nos encontramos ante un mosaico de voces, nacionalidades y tradiciones que, sin embargo, convergen magistralmente en la creación de ese ambiente de misterio y terror que define al género. Leer esta antología fue, para mí, un verdadero acto de exorcismo. Los vampiros siniestros que una vez habitaron en el patio de casa, gracias a estas páginas, se han transmutado. Ya no son solo fuente de un miedo infantil, sino la llave para comprender una de las metáforas más poderosas y persistentes de nuestra cultura: el eterno pulso entre la muerte y el deseo, lo sagrado y lo profano, que se esconde en el corazón mismo de la condición humana.