Tres cuentos chinos
- Del título Archivo de cuentos chinos. El sueño de Zhuang Zhou y otros… publicado por la editorial Porrúa
Irma Villa
Hoy quiero compartir con ustedes tres cuentos chinos que representan distintas formas de entender la vida: el taoísmo, el budismo, y la sabiduría popular. Estos relatos forman parte del Archivo de cuentos chinos. El sueño de Zhuang Zhou y otros…, publicado por la Editorial Porrúa.
La selección de estos cuentos adquiere especial relevancia ante los acontecimientos bélicos que desafortunadamente se desarrollan en Oriente Medio y en Ucrania, pues ofrecen perspectivas ancestrales sobre la paz, la resiliencia y la naturaleza humana.
De igual manera, son una lectura que invita a ser humilde y cultivar virtudes que nos ayuden a conectar con quienes nos rodean. Espero que sean de su agrado.

Cuento taoísta
“La bella y la fea”
Yangzi viajó al estado de Song, y allí paró en una posada. Tenía el posadero dos mujeres: una hermosa y otra fea. A la fea la tenía en gran estima, y siempre despreciaba a la bella. Preguntó Yangzi cuál era la razón, y un muchacho de la posada le dijo:
–La hermosa se sabe hermosa, pero a nosotros ya no nos lo parece; la fea se sabe fea, y a nosotros ha dejado de parecérnoslo.
–Discípulos míos –dijo Yangzi–, tengan esto en la memoria: quien obra sabiamente y no piensa que es sabio, ¿adónde irá que no se le tenga afición?
Cuento budista
“Un tesoro poco común”
En cierta ocasión, alguien le preguntó al maestro chan Tsao San:
–¿Qué es lo más costoso del mundo?
–La cabeza de un gato muerto –fue la respuesta.
–¿Por qué?
–Porque nadie le pone precio.
Cuento popular
“La tortuga y las garzas”
A la orilla de un lago tranquilo, tres amigas vivían en paz. Eran dos garzas, llamadas Ching y Chang, y Pi Huan, una vieja tortuga. La tortuga tenía un carácter difícil; era rencorosa, susceptible y gruñona, pero cuidaba la casa cuando las aves se iban a pescar lejos.
Un día, al atardecer, mientras la señora Pi Huan estaba atareada preparando la cena, Ching, que estaba posada en la rama de un árbol, observó:
–Tengo la impresión de que las aguas de nuestro lago descienden de manera alarmante.
El verano transcurría y no caía ni una gota de agua. La sequía era terrible. El nivel de los ríos bajaba, los campos de algodón y de arroz ya no se regaban. El pequeño lago apacible dejaba al descubierto su fondo fangoso. Se anunciaba un periodo de hambre, así que las tres amigas celebraron un consejo.
–Debemos partir hacia el norte –declaró Ching.
–Vayamos, pues, a ver nuevos cielos –concluyó Chang.
–¿Y yo? –exclamó Pi Huang indignada–. ¿Es que acaso piensan abandonarme?
–Es verdad –dijo Ching–, no podemos dejar aquí a nuestra vieja amiga.
Y después de pensar un rato comentó:
–Tal vez tengo una solución. Podríamos cortar un bastón, Chang y yo lo sostendríamos, cada una por un extremo, y Pi Huan lo mordería por el centro… Pero no debe abrir la boca por nada del mundo, pues volaremos a gran altura.
Una hora más tarde, las tres amigas alzaron el vuelo. Hacia mediodía, a medida que avanzaban hacia el norte, el paisaje se volvió más verde. A media tarde, unos campesinos vieron al curioso trío.
–¡Mira esa tortuga, qué inteligente es! –exclamaron–. ¡Se hace transportar por dos garzas!
Los halagos hacia Pi Huan continuaron conforme sobrevolaban una ciudad. Cuando pasaron por encima de un prado, unos pastorcillos las señalaron. La señora Pi Huan, que no se cansaba de los cumplidos, aguzó los oídos.
–Mira esas dos garzas –dijeron–, llevan esa tortuga palurda, sin duda para amenizar su cena. ¡Qué inteligentes!
–¡Estúpidos pastores, no entienden nada! –quiso gritar Pi Huan, pero apenas abrió la boca se soltó del bastón y se estrelló contra el suelo.